Hablando de personas (hablando de errores…)

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“Si no puedes fallar, entonces no vale la pena” (Seth Godin)

Ninguno somos perfect@s, así que no podemos acertar siempre, métete eso en la cabeza.

Pero en nuestro día a día, en nuestra vida personal y sobre todo, en nuestra vida profesional que poco nos permitimos probar, equivocarnos y aprender, ¿verdad?

Y las empresas ¿cuánto se permiten utilizar el método científico de la prueba y el error? Pocas o ninguna, y si las empresas erran es de forma inconsciente, porque todo o casi todo error, conlleva tiempo, productividad y dinero perdido en la mayoría de ocasiones.

Es evidente que tod@s somos la suma de todas nuestras decisiones anteriores, lo que somos hoy es el resultado o el resumen de lo que hicimos y decidimos ayer e incluso antes de ayer.

Una cosa lleva a la otra, y muchas veces nos preguntamos ¿cómo hemos podido llegar aquí? Y no nos damos cuenta o no caemos en la cuenta de repasar las decisiones y elecciones que hemos tomado en los últimos días, meses o años. Igual pasa con el futuro, que será lo que hoy y ayer hayamos decidido.

Las personas nos equivocamos (quién diga que no lo hace o está muy ocupad@ mirándose el ombligo o es un extraterrestre), así que cuenta tus fracasos, también y por supuesto, tus fracasos laborales, cuenta cómo y en qué te has equivocado, y sobre todo, no te olvides de contar también cómo lo has superado… o al menos solucionado.

Cada vez que tomamos una decisión nuestra vida, nuestro camino, toma una dirección diferente, gira a la derecha o a la izquierda, retrocede unos metros, avanza kilómetros o se bifurca y a veces, hasta se para de golpe, y eso hace que nos tiemblen las rodillas, nos quedemos paralizad@s por el miedo y en algunas situaciones ni siquiera tomemos una decisión. También nos pasa en nuestro trabajo, y por eso nunca llegamos a pedir ese aumento de sueldo que creemos que nos merecemos, hace que no propongamos cambios para agilizar un procedimiento o simplemente que no hablemos con ese compañer@ y solucionemos nuestras discrepancias a la hora de resolver o gestionar ese proyecto que nos une.

Es inevitable no decidir. Incluso cuando no decidimos, estamos decidiendo.

Pero, ¿Cómo tomar una (buena) decisión?

  1. Aceptando que te puedes equivocar o errar. Es tan probable como acertar.
  2. Poniéndole nombre al problema, definiéndolo e identificando las diferentes opciones que tienes
  3. Preguntándote, utilizando las preguntas como herramientas útiles

La necesidad de equivocarse

Personalmente pienso que quien se equivoca encuentra las claves para corregir esa equivocación, porque es necesario caerse para saber levantarse y quien evita caerse o sortea el desnivel no llega a tomar consciencia de lo duro que puede llegar a ser el golpe.

Meter la pata forma parte de la vida, y el ser humano sólo aprende por placer o por equivocación, aunque no hay duda que los mayores aprendizajes vienen de esos tropiezos, equivocarse es por tanto, necesario y natural.

¿Y qué pasa si te equivocas en tu trabajo? Estoy convencida de que las empresas que sobrevivirán y que se quedaran en el mercado subsistiendo a este tsunami de cambios son aquellas cuyas prioridades son la creatividad y el talento por encima de la apuesta segura “sin riesgos”, aquéllas que permitan a sus colaboradores crear y errar.

Es curioso, ya lo he comentado en otros posts, en la cultura anglosajona se valora a las personas y empresas que han cometido errores, y los han corregido, por encima de quienes los quieren evitar a toda costa. La lista de empresas y emprendedores con éxito son un ejemplo de quienes, habiendo cometido errores, después, y una vez corregidos, triunfaron, pero aquí en Europa, y en España concretamente, el que se ha arruinado, equivocado, o no ha conseguido su objetivo a la primera, es visto como un fracaso.

Quizás este sea el motivo por el que conozco a tantos profesionales (sobre todo personas con responsabilidad sobre otras personas) que nunca han reconocido (ni lo harán) sus deslices, errores o resbalones y han dejado “caer todo el peso” y las consecuencias en sus colaboradores más inmediatos. Con lo fácil que hubiese sido reconocer el traspié desde la honestidad y la transparencia, enmendarlo y aprender para no volver a  repetirlo, forma parte del proceso de aprendizaje, equivocarse para crecer.

¿Cuál es el problema y cuáles son las opciones?

¿Por qué crees que mucha gente no consigue sus objetivos? Simplemente porque no los tiene definidos y dudan a la hora de tomar decisiones, o eso, o procrastinan por miedo a equivocarse (¿Cuánto tiempo tardé en tomar la decisión de abrir este blog por miedo a no gustar…?!)

Cuando tomas una decisión debes aceptar tu responsabilidad en esa decisión, ten en cuenta, que ni puedes gustar a todo el mundo, ni a tod@s gustará siempre tu trabajo, ser responsables es hacerlo a pesar de esas consecuencias.

Una vez que tengas definido el problema, una vez le hayas puesto nombre, te aconsejo que empieces a plasmar las posibles opciones  que tienes en un papel, cuántas más mejor, aunque te parezcan poco factibles o absurdas, no te olvides de preguntarte a ti mismo ¿Y qué más? ¿Qué otras opciones tengo?

Buenas preguntas, buenas decisiones

Una buena pregunta provoca buenas respuestas.

Las preguntas son el arma más efectiva, nos hacen pensar y activan nuestros recursos internos, y elevan nuestro pensamiento a un nuevo nivel. Son un desafío que nuestro inconsciente no puede, ni debe despreciar.

Para mí, algunas preguntas vitales que todos deberíamos hacernos antes de decidir son:

  • ¿Quién soy y quién quiero ser?
  • ¿Elijo esta decisión por mí mismo o por agradar a otr@s?
  • ¿Es mi decisión coherente con mis valores o principios?
  • Esto que estoy decidiendo o haciendo, ¿me acerca a mi objetivo o me mantiene donde siempre estoy?

Elige, eres persona, permítete equivocarte (también el trabajo), y una vez tomada la decisión no lo dudes, y si te equivocas, rectifica, aprende y sigue tu camino.

Y tú ¿también te equivocas?

 

Foto by Manuel Morillo

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